jueves, 1 de octubre de 2020

 

Trepamos por la ladera. Experimento miedo y al lodo como un enemigo pero agradezco tener mi ''bastón''. Arantxa, en las mismas condiciones de tensión, detecta unas diminutas y delicadas flores. Cefe nos confirma que son orquídeas. Yo voy desesperada de hambre y pienso en abandonar. ¿Siempre -me pregunto- será tan duro el Camino?


Transcurrimos por el antiguo caserío de Arleta y podemos quitarnos las capas. La llovizna remite. Atravesamos un túnel. Pronto aparece ante nuestros ojos el puente románico sobre el Ulzama. En su extremo la basílica de Trinidad de Arre. Y ahí mismo me enamoro de ''esos clamorosos saltos de agua''. La tarde promete ser maravillosa pero el albergue aún está cerrado. En quince kilómetros el mundo ha acabado conmigo, me siento así. Nos encontramos en la Villava del mítico Miguel Indurain. Los de Zugarramurdi se detienen frente al bar Paradiso. Hablan de tomarse un pintxo, Cefe, Luis y yo de ir en busca de un plato más contundente. Yo aprovecho ahí para despedirme de los de Zugarramurdi. Nos decimos que les daré alcance y que hago bien siendo prudente. Me pesan algo los ojos de Txomi, expresan algo semejante a la pena. Me pesan y me tranquilizan.Txomi es un ser humano estupendo y lo mismo sus amigas. Ha sido bonito conocerlos pero yo muy sentimental no soy y menos que pretendo serlo. Cuando hago mi crisis me esfuerzo por realizar la liberación de la que me dio noticias Antisímbolos, el día aquel que recibo su llamada cuando cruzo el Atrio y de repente no estaba sola en la ciudad origen. Cefe, Luis y yo continuamos andando. Veo a un ertzaina y me dirijo hacia él. El ertzaina me recomienda el menú peregrino que sirven en el Hogar del Jubilado. Son poco más de las doce del mediodía y ya podemos comer. Ensaladilla, lomo, postre y vino por menos de ocho euros.


''María, eres una niña pero pareces tan vieja como nosotros.''


''Nos faltan horas contigo''.


Luis había expresado sus dudas acerca del viaje, temía no poder concluirlo. Yo defiendo la conveniencia de viajar solos. Digo que el estado de soledad tiene que ver mucho con el estado de libertad, que es lo que más valoro, como Avril Lesavant. Les tiendo la Moleskine, Luis escribe primero una dedicatoria: ''A María, una chica que deja huella. Una chica mágica''. Después dibuja un esquema pueril. A Cefe parece ser que también le apetece disfrutar de una tarde al borde del Ulzama, y lo que Luis le propone es que se separen, que Cefe pase esa tarde conmigo y que al día siguiente se reencuentren. Pero cuando el carácter surge aleja la dulzura de las mesas. Yo me muestro tajante, afirmo que pienso pasarme la tarde escribiendo, y que no voy a ser buena compañía para nadie. De pronto he mostrado mi otra cara y Cefe parece que ha captado el mensaje. Cefe sigue adelante, sin embargo Luis y yo retrocedemos hasta el bar Paradiso. Luis ha mostrado interés por compartirme algo y yo viendo que se aleja el peligro no tengo inconveniente en escucharlo.


Buscamos una mesa apartada de los oídos, en la parte trasera del local. Hemos pedido en la barra, él un orujo y yo un café con unas gotas de orujo. A mí me sirven lo que pido, sin embargo la camarera a él le sirve sólo un café con leche que no ha pedido. Es un ejemplo trivial de cómo funcionan las cosas en nuestra vida pero Luis acepta lo que ella le pone delante y ni siquiera rechista. Dice que no quiere hacerlo, que es igual. Luis quiere contarme que tiene una relación con alguien veinte o treinta años más joven que él. La persona que le había hecho esa llamada en la noche de Zubiri, su secretaria. Su mujer y su hija están al tanto de su aventura y le martirizan la cabeza. Él está en el Camino porque debe tomar una decisión. Es ese el momento preciso en que le ofrezco jugar mi juego. Cuando me muestra el arcano sin nombre, el de La Muerte, que es el arcano de la transformación en el Tarot pero también el arcano de los ciclos que concluyen, y que por eso son el comienzo de los ciclos nuevos, yo sólo veo la rosa que renace. Por un correo que él me escribirá después de alcanzar el Finisterre, a donde nunca pensó llegar hasta que yo le hablé de él, se puede deducir parte de lo que dije: ''Esta carta tuya, que yo la tengo celosamente guardada, ha finalizado la primera parte de un plan que solo tú sabes…''


Luis se fue antes que yo. Él tenía que dar alcance a su compañero y yo sólo tenía que darme alcance a mi misma. Entonces escribo a Avril Lesavant: ''Estoy adorando mi experiencia peregrina. Besos desde Trinidad de Arre. ¡Qué flipe de lugar!'' Y ando caminando por la kale Nagusia, a contracorriente, cuando una sensación inefable me envuelve. De pronto soy nada y soy nadie. No existe el miedo que me ha acosado durante los últimos meses por las calles de la ciudad origen y respiro a pleno pulmón. Soy sólo milenario viento de la sirga, millones de anónimos pasos, polvo, me he disgregado en esa asociación de partículas elementales de diez elevado a veintinueve que ya sabemos que sólo conocen los iniciados. Y abatido o desmoralizado o muy cansado veo a Vincenzo, un siciliano, en un banco frente a los saltos del Ulzama. Y me lo llevo conmigo hacia el albergue, porque Vincenzo parece un amor.


El albergue ya ha abierto sus puertas. Ocho mochilas esperan fuera. Y dentro de la sala de peregrinos se encuentra Alessandro, el amigo, también siciliano, de Vincenzo. Entonces llega Moises, que también parece otro amor, y que es quien nos sella la credencial (por cierto, precioso sello) y quien nos cobra los siete euros, para a continuación facilitarme a mí unas instrucciones. Él se va a ir por la iglesia y va a abrirnos un portón, por el que accederemos al patio del albergue. La entrada es deslumbrante, a un fantástico huerto, un vergel de paz, que procura alegría con sólo pisarlo, con sus flores y tan verde. Además hay donde tender la ropa a cubierto.


Moises augura una mejoría pronta del clima, mientras nos pide que nos descalcemos. Nos muestra las dependencias del albergue, el salón con sus máquinas expendedoras de café y aperitivos y los libros, y nos divide a las mujeres y a los hombres. A mí me lleva al fondo, a una habitación que compartiré con Françoise y una alemana de nombre Cristina. Moisés es lo que yo llamo un hospitalario, que es diferente a ser un hospitalero.


La ducha es reparadora. Con Françoise me fumo un cigarrillo, mi vecina de litera en Zubiri, que es delicada, pequeña y fina de rasgos. Después salgo al patio. Y en seguida les muestro a Vincenzo y a Alessandro una fotografía de mi ''novio'', es decir de Avril Lesavant. ¿Qué años tiene? -me preguntan. Pero cuando se lo digo no me creen. Aunque los que me dejan boquiabierta son a mí ellos, porque no aparentan tener más de cincuenta y cinco y ya se acercan a los setenta. Los dos me escriben sendas dedicatorias en la Moleskine. Los dos coinciden en que soy simpática. Y Vincenzo añade que alegre. Pero Vincenzo es un entusiasta y a mí los entusiastas me agotan. Así que ya estoy librándome de ellos.


Me arrastro por las calles de Villava, porque el dolor de pies es inenarrable, hasta dar con una cervecería de mi estilo, The Indian. El camarero me llama nena desde la barra y me pide que yo misma me sirva el té de manzana (con azúcar moreno). Me calzo las zapatillas y me levanto de la mesa pero estuve a punto de hacerlo descalza. Llevo la melena suelta y me muestro menos preocupada por mi apariencia. Hago una llamada a Maribel Roncal, Cefe me ha facilitado su teléfono. La Roncal me asegura que no habrá problema con las plazas en su albergue. Recuerdo la senda del Arga, pienso en el verano, en el prodigio que eso debe ser, en la belleza. También en los de Zugarramurdi que me habían adoptado como una más del grupo. Pero pienso que aunque los grupos arropan terminan por dejar poco espacio para que sucedan cosas. En el fondo lo tenía previsto, mi forma invariable de ser. Mejor ir retrasándose y dejar que los demás sigan su programación. Aquí la gente es muy cumplidora con los kilometrajes y mi intención es disfrutar todo lo que pueda. Yo había procurado no suponer nada, aunque presentía que sería duro a nivel físico, y lo es. Recuerdo lo que dice la mujer que alarga la mano, la mano cálida, buena y hermosa, que rompe la turbia campana de cristal del lobo estepario y que Haller conoce aquella noche en el bar: ''Para ser devota se necesita tiempo, mejor dicho, se necesita algo más: independencia del tiempo''. En el Camino soy devota.

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