jueves, 1 de octubre de 2020

 

Antes de las cinco de la mañana ya había movimiento de gentes en el Itzandegia, algunos ya estaban vestidos y recomponiendo las mochilas, aunque la inmensa mayoría aún dormía en el interior de los sacos. Yo continuaba aferrada a mi bandolera, por el dinero y las tarjetas, donde también guardaba una pequeña luz roja que me sirvió para saltar sobre mis zapatillas. El disgusto por lo sucedido con el señor Palmer todavía me duraba. Y cuando me senté en el interior del váter me llevé un buen susto. Sobre el rollo de papel vi mi neceser. Afortunadamente somos animales de costumbres y se me ocurrió entrar en el mismo váter que había ocupado a la noche, después de lavarme los dientes. El neceser era ligero pero una vez repleto debía pesar sus buenos dos kilos. Tampoco pude hacer de cuerpo, aunque no me experimentaba tan incómoda como la última mañana de Madrid.


Aprovechando que me encontraba sola comencé a escribir una historia para Laura en el libro de peregrinos. Una historia de la que esperaba que ella y yo pudiéramos ir en busca con el paso de los años. El relato de cómo había llegado a conocerla y de cómo me había enamorado de su padre, el señor Palmer. Luego saqué un café de la máquina. Se escuchaban cantos gregorianos y habían encendido nuevas barritas de incienso. Salí a fumar y me mojé bajo el orballo. El día estaba muy encapotado y tenía pensamientos lúgubres acerca de Avril Lesavant, pensaba que todo había acabado. Aún así le escribí un mensaje antes de las seis y media de la mañana, felicitándolo por su cumpleaños. Esperaba que le hicieran entrega a tiempo de mi regalo, un bello libro de emblemas que había descubierto una mañana de noviembre. Y cuyo creador era el médico y alquimista alemán Michael Maier, 'Atalanta Fugiens' (1617). En sus herméticas páginas habitaban las partituras de 50 fugas. Quería transmitirle esa metáfora. Yo pensaba, al principio, que eso sería mi camino.


Me costó introducir el saco en la funda pero el orden de la mochila era perfecto, aunque el tiro de las correas todavía no. El francés parece la lengua dominante. No descubro a nadie hablando en español. Me experimento muy perdida y con todas las dudas del mundo. Voy a despedirme de Roncesvalles y es como haber estado sin estar, porque me marcho sin haber escudriñado cada uno de sus rincones. Tengo que pedir ayuda para colocarme la capa, tardaré en hacerme con el manejo a causa del volumen de la mochila. Salgo detrás de unos. Esos van por la carretera. Yo tiro por el Camino. No sé que eso que atravieso es el bosque de Sorginaritzaga, el robledal de las brujas. Pronto me dan alcance Isabel y Miguel, dos cuñados que han estado entrenándose cada día y que llevan un ritmo muy vivo. Vamos tan rápido que yo ni siquiera llego a ver la cruz de Roldán. Y en seguida nos plantamos en Auritz/Burguete.


Emilia González Sevilla dirá en su libro sobre el Camino que Auritz puede significar lugar dorado o balbuceo. Balbuceo creo que es apropiado para los primeros compases de un viaje. Obsérvese que yo no pretendo en ningún momento hacerme pasar por una peregrina, aunque más adelante me lo llamen. Los cuñados y yo no nos detenemos en el primer bar que vemos abierto. Yo lo hago delante de la portada renacentista de San Nicolás de Bari, que es obra de Juan de Miura. Accedo al interior y una mujer que está componiendo el arreglo floral me desea mi primer ''¡Buen Camino!''. Los cuñados me estaban esperando fuera. Y juntos nos adentramos en el bar Frontón. Ellos se tomarán un café con magdalenas en la barra. Yo me sentaré en una mesa y me servirán un bizcocho de chocolate con el café. La voz interior, la de la soledad como ananké, dirá: ''¡No compromisos!'' La voz interior es la voz a la que uno debe obedecer. Es un pensamiento, no sé si un eco del pensamiento como lo llaman los psiquiatras, no es ninguna voz, es una manera de hablar para entendernos. La voz interior también le ruega a Avril Lesavant: ''¡No por compromiso, por favor! No me respondas por compromiso, por favor.''


Me dispongo a escribir en la Moleskine cuando los cuñados ya se hacen cargo de que yo voy a tomarme las cosas con más calma y se despiden y entra Diego con su sombrero. Ahora lo llamo alegremente Diego pero en el Camino me va a costar mis buenos kilómetros recordar que ese es su nombre. Diego se sienta frente a mí mientras yo me pido otro café y él me explica que es de Granada y que ha llegado a Roncesvalles haciendo autostop desde Pamplona. La dueña del Frontón, que es argentina, me pone el libro de peregrinos en las manos y yo continúo dirigiéndome a la Laura futura. Después voy al baño, que está en el exterior del bar, pago y me despido de Diego con una sonrisa. Ya he percibido que él muestra un interés por mí que yo no tengo por él pero todavía no experimento una molestia excesiva.


Cuando ando por esa calle desangelada, en este día frío y oscuro, recibo el mensaje de Avril Lesavant. Es sólo una sonrisa pero entonces pienso que debe haberme perdonado los SMS que le hago llegar a tempranas horas desde el portal del señor Palmer, y todo lo demás... todas las veces que he tomado su teléfono y su correo al asalto. ''¡No por compromiso, por favor!'' -me repito. Y no creo que él lo haga por compromiso, creo más bien que esa es una lección que yo aún debo poner en práctica.


A los cuñados les dije que me llamaba María, y también a Diego, y aquí vuelvo a repetírselo a estos compañeros: Cefe y Luis. Había experimentando, de nuevo, el temor a perderme y estaba corriendo demasiado. Cefe dice que es psicólogo, yo lo encuentro sagaz y a Luis jovial. Cefe es un entendido en flores y me da a probar las del espino blanco. A los dos minutos, tras recortar muérdago, estamos discutiendo acerca de la espiritualidad pero es demasiado pronto para que yo me haya formado un criterio acerca de ello y, además, a lo que he ido al Camino es a perder de vista la mente: quiero ser mi niña interior. En ese momento nos sobrepasa Diego que me saluda: ''Acabas de llegar y ya conoces gente'' -observa Cefe. Andamos juntos hasta la fuente de Espinal, ellos me han tomado fotografías salvando los preciosos puentes de los arroyos...''Si me quedo con este hombre aprenderé tanto'' -admite una parte de mí. ''Pero para aprender son necesarias horas de dedicación y si me apuras de soledad'' -es la respuesta de reconocimiento de la situación que valora la otra parte, a quien le sobra Luis. O eso creeré yo hasta cierto momento del Camino.


Hemos sobrepasado Espinal cuando Cefe recorta una rama de avellano para hacerse un bordón. Luego -nos avanza- la tallará. Yo valoro que no es galante, porque no corta una para mí. Yo tampoco lo hago. Hay en ese trecho un momento del paisaje que querré recuperar. Cuando superamos esa subida, la que conduce al alto de Mezquiriz. Ellos se detienen con una mujer con la que han estado cenando la noche anterior. Se llama Isabel, es madrileña y se está curando los pies. Yo aprovecho ahí para volar. Voy haciéndome amiga de la mochila. Los portillos se suceden. Y el terreno se vuelve escabroso. El barro es mucho y yo iba demasiado rápido para no patinar. La rodilla se me retuerce al límite. Procuro recolocármela en caliente. Me digo: ''No has empezado y ya vas a acabar''. Me tortura esa idea. Agarro un palo del suelo, está lleno de musgo y me pongo la mano perdida. Los pantalones están hechos un asco. Un francés llamado Jacques tiene un gesto muy bonito. Me pone otro palo en las manos y arroja el mío lejos. Pero este que me da tampoco le ha debido convencer y a los pocos minutos me lo cambia por otro.


En Viscarret/Guerendiáin comienzo a andar con Diego. Es conductor de ambulancias y le gustan las historias orientales. Es un buen narrador y yo asisto al inicio del mundo y a una batalla entre dragones pero, de pronto, me está diciendo que antes de salir de Granada le echaron los cartas y las cartas le hablaron de una asturiana que iba a conocer. Yo inmediatamente le informo de que estoy en el Camino porque ando celebrando un cumpleaños y me he puesto en el Finisterre esos ojos... Diego se da por aludido y regresa al terreno de los mitos. Pero ahora me está contando uno que conozco, es el que el Platón de 'El banquete' pone en boca de Aristófanes...


Cuando llegamos a Linzoáin le digo a Diego que yo me lo voy a tomar con más tranquilidad, que se adelante. Diego no insiste y me precede en la subida al alto de Erro. El sol asoma y a mí me mejora el ánimo. Aprovecho para volver a ajustar los correajes de la mochila. Y descanso un buen rato en ese banco. Durante la subida he de detenerme varias veces. Jacques me ve sentada sobre mi mochila, fumando, y risueño cruza conmigo unas palabras que eran de aliento. Estuve a punto de perderme pero un ciclista que llevaba a rastras su bicicleta me regresó a la vía. Al coronar Diego me estaba esperando. Voy con los oídos que son puro trino. Le explico a Diego que escucho el sonido que los místicos sufíes llaman <<dzikr>>. Irina Tweedie lo menciona en 'El abismo de fuego'. De la marihuana también hago mención. Pero aquí ya percibo que Diego comienza a desconfiar. Sólo me queda ofrecerle que juegue mi juego. Él ahí dice que lo hará pero sólo si nos volvemos a encontrar. Entonces, ahí yo ya pienso que es mejor que no. Un águila no deja de dar vueltas sobre nuestras cabezas.

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