jueves, 1 de octubre de 2020

 

Dejo Uterga y alcanzo Muruzábal. Ahí sé que es donde debo desviarme para llegar a Eunate pero no observo ninguna indicación. Se baja un joven de un coche, le pregunto a él pero me señala la dirección en la que se encuentra Obanos. Poco más adelante conozco a Carmen de Bolivia, que está trabajando en esa casa desde hace dos meses pero que ni siquiera ha oído hablar de Eunate antes, una joya del románico.


Carmen y yo nos hemos puesto a charlar, porque yo no tengo intención alguna de moverme hasta que alguien no me oriente. Otmar es educado y al pasar por delante nuestro se detiene. Yo estoy sentada sobre el suelo y eso que llamo la niña interior se está manifestando, he entrado en la reconocida sensación de euforia. Carmen es evangelista y trata de evangelizarnos a todos. Otmar enrojece, creo que de indignación por lo que escucha y por el tono beligerante de la evangelista. Yo lo animo a continuar andando. Para Carmen Dios es perfecto pero los homosexuales son una aberración. ¡Qué lástima de persona tan equivocada! ''A ver, hablas y hablas de las escrituras -le digo. Pero ¿tú lo has visto a él?'' La respuesta de Carmen es negativa. ''Pues cuando le veas como yo le vi, cuando te otorgue su semblante, entonces puedes plantearte hablar en su nombre''. El momento, aunque no lo transmitan mis letras, era muy bonito. Pude ver al amo a quien ella servía, un viejo huraño que no debía hacerle la existencia demasiado agradable a Carmen. Lo que ella me dijo fue que desde que había podido escapar de su país su vida se había transformado.


Gracias a una mujer que sale por la puerta de su casa por fin averiguo la ruta que debo de seguir. Se supone que sólo me separan dos kilómetros de Eunate. Y era cierto. En seguida la diviso en medio de la nada. Ni siquiera girasoles veo, algo que era tan esperado. Soy inmensamente feliz en ese momento pero no estoy pensando en Avril Lesavant. He leído bastante acerca de Eunate, todo tipo de teorías y especulaciones... Yo lo que espero es que exista un remedio para la enfermedad que soporto: la tensión acumulada desde la niñez, las memorias emocionales, el desastre de vida que he llevado desde antes de tener uso de razón siquiera. ¿Nunca voy a poder librarme de la prisión en la que se ha convertido mi cuerpo? ¿Confío en la ruta como renovadora y regeneradora de las energías?


Todo era muy solitario hasta que, para mi disgusto y sorpresa, compruebo como va llegando gente en coches. Ahí va a molestarme que el tiempo exista y que los siglos hubieran transcurrido en forma de progreso. Lamenté la afluencia de parroquianos, luego sabré que lo eran. Pero eso no iba a impedirme que realizara el ritual. Me descalcé y comencé a girar con lentitud por el deambulatorio exterior, el de este enclave octogonal posiblemente templario. La mochila opté por no quitármela. Pensé o tuve la sensación de que después de hacer lo que estaba haciendo no iba a sufrir ampollas.


Según la tradición bíblica, en razón de su carácter inmutable, la piedra alude a la sabiduría. Pero el pie, según Paul Diel, también sería un símbolo de la fuerza del alma. Y si la pierna es el órgano del andar, la pierna que favorece los contactos y suprime las distancias, el pie es el maestro y la llave. El acto de descalzarse es posible que simbolice el paso del mundo profano al plano iniciático. Pensaba con el corazón y no me detuve a analizar nada. El sonido místico, el flujo en mis oídos, estaba aumentando en intensidad. Alcé la cabeza para contemplar los rostros abominables de las figuras de los canecillos del ábside. En este templo el ábside se sitúa al Sur, me dijo alguien. Completé las tres vueltas, por supuesto. Y la mirada vagaba de aquí para allá por entre los capiteles, algunos indescifrables por la erosión que causan en más de ochocientos años las inclemencias de los elementos. ¿Qué estarían detallando de las estrellas? Y dada mi condición de peregrina, aquella que va en busca de la ciudad ideal, a nadie le pareció demasiado extraño, o al menos no se me preguntó por ello.


Me detuve frente a las faces con las espirales, personificaban simultáneamente los dos sentidos del movimiento: ''el nacimiento y la muerte, o la muerte iniciática y el renacimiento''. En el románico, arte conceptual, un pórtico transmite toda una enseñanza pero la misa comenzaba y la congregación de fieles seguía incrementándose. Sin calzarme busqué asiento al lado de un anciano con báculo. Alguien repartía papeles y extendí la mano. ''¿Quieres cantar?'' -me preguntó ese. Asentí convencida y el hombre me puso una hoja en la mano, aunque era perceptible que no le complacía mi respuesta. Las voces eran las de un riguroso coro, como descubriré más tarde. Yo seguía experimentando como el musical flujo interior cobraba a cada instante más intensidad, y eso me hacía estremecerme en sensaciones y todo era puro y bellísimo.


El pueblo de Adiós, pueblo vecino, celebraba todos los años la misma fiesta en el mismo día, el uno de mayo. El sacerdote me gustó, su homilía, cantar, que me apetecía mucho, unir mi voz a la de otros, toda aquella paz y radiación energética que se expresaba a través de mí, de mi misma piel.


Comulgo descalza. Una pequeña recoge algo que se me cae de los bolsillos y me lo da. No deja de mirarme a los pies. El recuerdo se irá con ella y perdurará en su memoria. La fijación en su mirada me habla de la impresión de ese momento. El suelo helado, yo cada vez más vibrante. Bajo la cúpula nervada el baño de energía es grandioso.


El simpático cura trata de estimular a sus convecinos para que el año que viene abandonen los coches y se lleguen todos andando. Me parece encomiable el intento pero sé, que a la mayoría, no los convencerá. Incluso puede ser que todos los años lo intente. Me dirijo a él. Tengo un encargo. Algunas personas que me han escrito quieren saber cuáles son los requisitos para celebrar su boda en Eunate. Había quedado en preguntarlo cuando llegara aquí. El simpático cura no era el párroco de Muruzábal. No podía responderme a eso pero se mostró encantado de invitarme al convite que se celebraba en el exterior. Acepté sólo un vasito de Moscatel. Y estoy ahí, integrada en la fiesta, reafirmando que mi tierra abre puertas y rayando en la eudaimonia, hablando con dos que me están explicando que Eunate es el centro geográfico de Navarra, cuando alguien a mi lado me hace una pregunta y yo digo para mis adentros: ''¡Dios existe!'' Es el peregrino que escribía en su cuaderno en el albergue de la Roncal, tan radiante como yo, tan integrado en la fiesta como yo, con su vasito de moscatel en la mano, que me fascina con su sonrisa carismática y deslumbrante. Quería saber si podíamos sellar en alguna parte. ''Ven, sígueme -le digo-, que yo voy a intentar dormir aquí''.


Había pensado ir a Obanos a comer y a pasar la tarde, a conocer Obanos. Y había pensado volver a Eunate y levantarme a la hora que me diera la gana. Hablo de la madrugada. Había pensado eso. Llamé a la puerta del albergue, en teoría hospitalario, y nos abrió el francés. ''Queremos sellar''. Y, entonces, nos deja pasar.


- ¿Nos podemos quedar? -pregunto

- No, no. Hoy imposible -dice el francés.

- ¿Y por qué hoy no? -insisto.

- Porque hay una fiesta afuera y con todo ese jaleo pues no.


¿Y eso qué tendrá que ver? No entiendo cuál es el problema. Pero el problema sólo es que no le apetece que estemos allí. Sus motivos tendrá y no nos ofrece ni enseñarnos la casa de Onat, aunque yo muestro curiosidad.


- Recuerdos de José el de Cizur Menor -digo por último.

- Ah, sí, sí, gracias.


El peregrino y yo salimos por la puerta. Pero no sé por qué en ese minuto él ya se ha vuelto insignificante para mí. ''Un momento -digo. Me he olvidado el bastón''. Y le deseo buen camino. Llamo otra vez a la puerta del francés. Me deja recuperar el bastón pero no se compadece de mí. Estoy hambrienta. Me encuentro bastante desorientada. Otros peregrinos franceses me indican el sendero que debo tomar para irme.


Admiro a lo lejos la sierra del Perdón, los mástiles eólicos, el recorrido que me inspira la felicidad. El tramo a Obanos se me hace durísimo. Sol y cansancio. En definitiva, el bajón de carbohidratos. Sigo a un matrimonio con hijos. Y atravieso las puertas de la Asociación San Guillermo, donde me sirven un plato combinado con dos huevos, jamón, chistorra y patatas. Café, helado con chocolate y dos vinos navarros. Todo por once euros. Son las dos y cuarto cuando me acabo el café y saco la Moleskine. Escribo las últimas notas. Pero me doy cuenta de que cada vez veo menos. Se me han nublado las lentes de contacto, así que voy al baño y trato de arreglarlo pero cuando abandono el local ya apenas veo.


Delante de la iglesia de San Juan Bautista Lola diserta en inglés para Manfred, un alemán. Lola debe ser una experta en arte y se percibe que el arte la emociona. Entonces, ella que me pregunta algo. Y yo que la saco de dudas. Señalo los ojos y le contesto eso de ''sorrybataidontespikinglish''. Y es que a ver, ¿cómo le digo en su idioma que que no veo tres en un burro y que los estoy esperando para que me hagan llegar a Puente la Reina? Y es cuando Lola se presenta. Lola de Nueva Zelanda y yo la primera persona del Camino con la que tiene la oportunidad de hablar en la lengua de sus ancestros: el castellano. Tiene parientes en Madrid. Se pone muy contenta. Y echamos a andar los tres.


Los hago detenerse bajo el arco de salida y les señalo el símbolo, la concha atravesada por la espada. Yo lo conocía porque otra Patricia, una cántabra, a través de la red me lo había hecho llegar... A Lola también le parece muy curioso. Habla conmigo, traduce para Manfred.


Lola me pregunta por las amapolas, quiere saber cómo se llaman esas flores que nos acompañan por todas partes. Y yo, tan alegre que voy con ellos, entre el vino de la comida y el moscatel de la fiesta de Eunate, hasta le canto su canción. Lola me parece una mujer maravillosa.


A la entrada misma de Puente la Reina hay un refugio que pertenece a la red de albergues privados, el Jakue. Ocho euros, te dan funda para la almohada. Me quedo, quizá sintiéndome atraída por el patio, donde veo sentados a la sombra a otros peregrinos. Lola y Manfred continúan.


Conozco a Dolores, está con su perra y con su hija. Hacen muy pocos kilómetros cada día. Unos quince. Mañana tienen previsto llegar a Lorca. La dificultad para ella estriba en encontrar alojamiento para la perra.


En el Jakue me cuesta dar con las habitaciones, las instalaciones son bastante claustrofóbicas, modernas y mortecinas pero acabé dando con un nicho en el que caerme muerta. Cuando voy deambulando por el pasillo leyendo los nombres que les han puesto a los cubículos, escucho: ''¡María!'' Era Alessandro. Yo creía que no le agradaba pero de pronto me hace mucha ilusión serle simpática. Me dice que mañana tienen que regresar a Italia vía Pamplona-Barcelona, barco hasta Milán. Me ducho y decido pasar la tarde con ellos. He perdido ya un calcetín.


Marian y sus amigos se han apuntado a una excursión para visitar Eunate. Pasaron de largo por la mañana pero el Jakue las ofrece. Ellos están en el albergue de los Padres Reparadores. El albergue de los Reparadores estaba muy cerca pero ya no me arrepiento. Me gusta ir a pasar esta tarde con los entrañables sicilianos y de la otra forma quizá no los habría vuelto a ver.


En el albergue de los Padres Reparadores no entramos. Pero a Alessandro, a Vincenzo y a mí, nos dejaron visitar el interior del claustro del seminario. Había una magnífica exposición de cactus. Veo peyote. Vincenzo trata de hacerme entender que si no fumara sería perfecta. Sé lo que me quiere decir y lo tendré en cuenta... Penetramos después en la iglesia del Crucifijo. Debajo justo de el crucificado me miro a los ojos con él. Estoy recordando lo que un día ''imagine'' vivir... Dice Charpentier que nadie crea las leyendas, que ellas mismas se crean… El crucificado es un Cristo gótico del primer cuarto del siglo XIV.


Alessandro y Vincezco son cariñosísimos conmigo. Me siento cómoda y tranquila con ellos. Buscamos la parada del autobús. Tomamos café. No me dejan pagar. Sostengo una conversación con Verónica, a través del teléfono, la hija de Vincenzo. Verónica es muy agradable. Les hablo de Laura y también de mí… ''Jugamos mi juego de energías''. A Vincenzo le toca ‘El Loco’ en suerte, o podría decirse que en gracia por el ataque de risa que le entra. Estará más de una hora riéndose a carcajadas y pidiéndome que lo disculpe porque no puede parar. A mí no me importa, me encanta que la gente se ría, que se ría todo lo que pueda, que se ría más, todavía, si cabe.


El ataque a Vincenzo le ha dado porque en Sicilia loco viene a ser tonto, como el tonto del pueblo. A Alessandro el Tarot le escama un poco. Él extrajo del mazo La Rueda de la Fortuna, el arcano X. Y a mí, que me han hecho sacar una, mi mano me ha premiado con La Estrella. Me han preguntado por su significado y, sin duda, dicen que es la que me corresponde. Ha sido bonito. Pero mis cartas no se irán con ellos.


Recorremos el pueblo, la calle Mayor, visitamos otra iglesia, la de Santiago, y vamos en dirección al puente. La temperatura de la tarde es agradable. Ahí hay un intento de lectura de mi Moleskine, de la historia que José Luis el de El Tremendo me ha contado acerca de la leyenda del puente. Yo menciono lo que se del txori. Nos entendemos bien, ellos a mí y yo a ellos pero no llegamos a hablar de guerras carlistas. Cuando Alessandro y Vincenzo están en presencia de otros italianos hablan en siciliano, dicen, para que estos no puedan comprenderles.


Les propongo tomar un vino. Los sicilianos quieren cenar pero son sólo las seis y media. Al final, el vino nos lo tomamos mientras charlamos animadamente de música, jazz, Count Basie, Tom Dorsey, Duke Ellington, y de libros. Ha sido Kerkeling quien les ha arrastrado hasta aquí: ‘Vado a fare due passi’. De actores y autores. El dueño de la sidrería Ilzarbe se ha operado el brazo derecho. Conmigo es complaciente, quizá porque se alegra de que alguien le hable en su idioma. Por la perra de Dolores reconozco a la hija.


Al final hay que decir que el dueño se ha comportado como un capullo integral con mis amigos, que estaban hambrientos. Han llegado los primeros y se les ha puesto el plato delante los últimos. Vincenzo se ha disgustado y por eso hemos terminado muy tarde. Al final yo también me animé a cenar el menú peregrino, ensalada, chuleta de cerdo, natillas, nueve euros que no pagué, porque ellos se empeñaron en invitarme y por ser ellos acepté.

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Era noche oscura cuando nos recogimos. Vincenzo me regaló sus pinzas de la ropa y si no soy tajante me regala también sus calcetines.

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